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domingo, 3 de junio de 2012

Niños y analistas en análisis

Autoras/es: Rebeca Hillert, extractado por Gustavo Pérez
(Fecha original del artículo: Junio 2009)


En la clínica: Φ, -ϕ. Si un punto puede indicar la distancia entre el psicoanálisis y el sentido común, es la teoría del complejo de castración. No se trata de un problema, debe considerárselo una vía de constitución de la subjetividad. Para aclarar la operatoria del complejo de castración es necesario articularla con la definición de falo.
El complejo de castración es inconsciente. Además es constitutivo, estructura los síntomas, regula el desarrollo en la medida que éste culmina con la identificación al tipo ideal, femenino o masculino. En esta perspectiva, si hablamos de castración no nos referimos al órgano anatómico sino al falo.


El falo como significante viene a suplir al significante de la falta en el Otro. El sujeto, en tanto real, falta en el lugar del Otro, de manera homóloga al significante de la falta en el Otro.
Sigo de cerca en estos párrafos el desarrollo de Lacan sobre la diferencia entre el falo imaginario y el falo simbólico; se escriben respectivamente: ϕ, Φ.
Φ es la presencia real del deseo donde el deseo viene a ocupar el lugar de la falta de significante, un más allá de toda significación posible. “Retengamos que hay otra dimensión: (que la imaginaria): esta ‘presencia real’ debe ser situada en otro registro diferente del imaginario; esto es, en tanto que el lugar del deseo con relación al sujeto que habla, permite designar este hecho; que en el hombre, el deseo viene a habitar el lugar de esa presencia real, poblada como tal por sus fantasmas”.1 O sea, no es lo mismo la presencia real que los fantasmas. ¿Apuesta el analista a despoblar de deseo el espacio subjetivo? ¿Sólo con su presencia real de analista, en la escena transferencial?

Me arriesgo: el analista apuesta al sentido, al sinsentido y al fuera de sentido. No concibo una práctica que no intervenga en los tres registros.
Inmediatamente agrega Lacan: “¿Pero entonces qué quiere decir?”
“¿Designar ese lugar de la presencia real, que sólo puede aparecer en los intervalos de lo que cubre el significante de esos intervalos? Es allí que la “presencia real” amenaza todo el sistema significante.”

1. La pura diferencia.
 Bonita, delgada, graciosa, Malena tiene 4 años. Dibujó durante las primeras entrevistas de análisis, después me pidió juguetes. En una caja puse algunos; entre ellos dos muñequitas y un bebé con andador. Desviste a las muñecas y pide que le quite el pañal al bebé. Mira, concluye que es nena.
“¿Cómo sabés?” –pregunto–, “Porque tiene el pelo corto”, –Respuesta desopilante. Malena cuenta con un vocabulario amplio, es observadora y vivaz. La sesión había empezado dibujando muchos “soles” en el pizarrón con distinto número de rayos. Afirma que hay “soles diferentes”. Luego saca los juguetes y hace un comentario: el papá no quiere a la nena. ¿Se habrá portado mal la nena?, me pregunto. El papá dice que está prohibido mirar “las partes íntimas” de los otros. Ella me cuenta que miró a su papá desnudo cuando se bañaba y le vio el pito. Las nenas tienen pepa. Ella frota la pepa de la muñeca. Luego la lleva a bañar y vuelve a acariciar entre las piernas del juguete con fruición. Digo que a la nena le gusta. Confirma.

Hay que ir a dormir. Ella es la mamá, duerme con el papá. Reta a la nena porque hace ruido, va a despertar a su padre. Noto que está inquieta: no puede conciliar el sueño.
¿De qué se trata? Resulta evidente: se trata de la diferencia. Pero… los soles son diferentes. Si hay un solo sol… ¿Soles? Interpreto: Leo. El nombre propio del padre. Algunas de esas letras también están en su nombre. El inconsciente jugó con las letras.

Pero por si hay incredulidad sobre ese juego recordemos lo dicho al comienzo de la sesión, remite también al padre: el papá está enojado con la nena. La nena mira, eso está mal. La nena se toca, eso está mal.
Por fin, el papá, que hace mucho no dormía con la mamá, está con la mamá. Conclusión: Malena está enojada con su papá.
Ella descubrió la diferencia con los varones, pero ante todo, dibuja la diferencia de los soles. ¿A qué se refiere? Dibuja la pura diferencia. Uno no es igual a uno. Leo no es igual a Leo. En el plano de las relaciones de objeto, el papá la ha frustrado. ¿Cómo transitará su Edipo? No lo sabemos. Por ahora su actividad sexual está consagrada a la masturbación clitoridiana. Pero este onanismo, en plena fase fálica, por el interés en el órgano de los varones, la lleva a una comparación: su órgano es inferior.

2. Leo el Nombre-del-padre. Malena, dibujando los diferentes soles creó una metáfora. Esa metáfora pudo ser leída a través de un juego de letras. No hizo falta referirse al sentido, para comprenderla bastó leer el dibujo en su literalidad.
“El Nombre-del- padre (cito a la Norberto Rabinovich) es un dispositivo estructural encargado de introducir y sostener la función del sin-sentido.”2 O sea, si la pequeña puede crear dibujando es porque cada palabra puede adquirir varios sentidos diferentes, siendo que no está pegada a ninguno de ellos. El Nombre-del-Padre, sostiene la función del sin-sentido; de modo que hace posible la sustitución de un significante por otro y también la represión.
El resultado es que se hace posible la significación, significación fálica. Es fálica porque el falo es la medida que permite las sustituciones significantes, produciendo el sentido de lo que se dice. Pero ésto no sería posible si no existiera como fundamento un significante en tanto excepción, una marca sin sentido: el Nombre-del-Padre.

Recuerdo a una de mis primeras pacientes, voy a llamarla Daniela. Sus padres consultan porque “se hace pis todas las noches”, ininterrumpidamente, desde su nacimiento, ya había cumplido 5 años. Debo decir que el síntoma remitió por primera vez después de la interpretación de un sueño. Al poco tiempo, algunos meses, desapareció casi totalmente. El sueño era como sigue. Ella estaba con su hermanita bañándose en una pileta de lona. En el agua flotaban también soretes (heces). La hermanita lloraba. Llamaba a su mamá. La mamá fue sacándolas del agua primero a las hijas y luego al excremento.

Inmediatamente asocié el agua con el pis, dado el contexto metonímico. Con algunas ideas intermedias desembocamos en lo siguiente. Ella se imaginaba que cuando estaba en la panza de su mamá (por supuesto yo estaba por esa época bastante influida por la teoría de Melanie Klein), flotaba en medio de las heces y la orina. A esta sugerencia, agrega la nena que según cuenta su madre, en el momento del parto ella nació y luego salió, por el mismo agujero una caca. Su primera asociación fue con el parto, el nacimiento siempre se consideró prototipo del trauma. Para mí era evidente que su sueño la remitía al nacimiento. Le comuniqué: antes de despertar de su sueño ella estaba como en el vientre materno, en un medio líquido, nacía al salir del sueño. Según la comprensión más clásica de la teoría de Freud, el sueño realizaría el deseo de unión con la madre, de vuelta al vientre materno. Si seguimos a Lacan el sueño implica la separación de la madre, interpretación corroborada por las palabras de Daniela.

Al finalizar esa sesión tuve la clara idea de que algo se había destrabado. El síntoma remitió por primera vez a la semana siguiente. La enuresis era una formación de compromiso entre su deseo fálico y su goce traumático. La metáfora que realiza el sueño se resume en la frase: entre orina y heces nacemos.
Este ejemplo de mi clínica, imbuida aun de toda la fantasmagoría kleiniana, es muy apropiado para explicar el mecanismo del complejo de Edipo: es el complejo de castración. A menudo encontramos referencias a la castración en el sentido de la instauración de la ley de prohibición del incesto. En la interpretación del sueño se manifiesta la castración como corte con la madre sin que aparezca ningún mandato prohibitivo ni superyoico. Es el propio sujeto infantil quien pide ser llamado para salir del agua, parido. Reitero: el síntoma interpretado a través del sueño reúne deseo y goce. Deseo de volver al seno materno, goce a través de un corte: el nacimiento.
Voy a continuar sirviéndome de este ejemplo para mostrar las diferencias entre falo imaginario, simbólico y real. El falo en tanto objeto imaginario aparece en la equivalencia con las heces y el niño (la hermanita en este caso). Además con lo que pierde la madre en el parto, “imagen del flujo vital”. El falo simbólico, símbolo de la falta, nos remite al goce del nacimiento. El falo real está velado en la pantalla del sueño por los objetos que allí aparecen.

3. Final del Edipo. El goce del sujeto de la infancia. ¿Cómo sale la niña del Edipo, si no hay amenaza, se preguntaba Freud? En el varón el conflicto edípico, resultado de una prohibición y de la privación de la madre, se resuelve a favor del narcisismo: el varón prefiere conservar su pene ante la amenaza. Este motivo no existe para la niña, ella se reconoce castrada. Concluye Freud: “Excluida la angustia de castración, está ausente también un poderoso motivo para instituir el superyó e interrumpir la organización genital infantil. Mucho más que en el varón, estas alteraciones parecen ser resultado de la educación, del amedrentamiento externo, que amenaza con la pérdida de ser amado.”3 O sea, en el conflicto vence el narcisismo tanto en nenas como en varones.

En el desarrollo que hace Lacan, el eje es el falo simbólico y no el conflicto que enfrenta al objeto de amor con la prohibición. La niña abandona el Edipo aceptando su castración imaginaria y la privación de la madre, para hacerse amar.
¿Y qué hay de su deseo propio, del significante de la castración? Éste entró ya en el juego de las sublimaciones, en el jugar, en el goce. Cierro, con respecto al primer caso aquí expuesto, la interpretación a la letra: soles – Leo – su diferencia: Lea - ¿Malena? Entonces: Leo – Ale – Lea. Distingo narcisismo de goce.
La dependencia real de los niños conduce a que en el primer conflicto entre narcisismo y goce, triunfe el narcisismo. El goce en la infancia queda recluido, apartado del mundo adulto. No se reduce al goce del órgano. De ahí se desprende que si el niño vive en el mundo adulto, si se rechaza la diferencia será a costa del goce del sujeto de la infancia.

Nota: Texto extractado y modificado del libro Niños y analistas en análisis de Rebeca Hillert, publicado en julio de 2009 por Letra Viva Editorial.
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1. Lacan, J. Seminario 8. pág. 151.
2. Rabinovich, N. El nombre del Padre. Homo Sapiens. 1998. Rosario. Argentina. Pág. 166.
3. Freud, S.: O. C. Amorrortu. Argentina. 1979. XIX. “El sepultamiento del Complejo de Edipo”. Pág. 186.

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